jueves, 21 de junio de 2012

Nueva historia

Holaa de nuevo!! hacía un tiempo que no publicábamos nada nuevo, pero os prometo que no he estado holgazaneando!! Para demostrarlo, os traigo el primer capítulo de una nueva historia que se me ocurrió de repente y que me gustaría compartir con todos vosotros :)
Me gustaría que la leyerais y me dierais vuestra opinión, además aún no tengo decidido el título (nunca se me ocurre uno lo suficientemente bueno -.-'') asi que a lo largo de la historia tendré en cuenta cualquier idea que me deis, muchas gracias de antemano!!

Antes de que empecéis a leer, os dejo un pequeño resúmen, de esta forma podréis saber si la historia os atrae y os va a gustar, o simplemente no os gusta mucho la trama, de todas formas gracias a todos por visitar este blog y por vuestros comentarios ;)


Aiwe, a pesar de ser una adolescente de dieciséis años, no es hasta hace poco que ha comenzado a investigar acerca de su propio mundo y aquel situado bajo tierra. Dos mundos caracterizados por ser el lugar de "los buenos" y el de los "malos". Sin embargo, está totalmente convencida de que esas otras personas no pueden ser tan malas como dicen, sabe que hay algo escondido, algo que debe descubrir y que probará que ella tiene razón. Está dispuesta a todo, sea lo que sea, incluso a bajar a la mismísima tierra y convivir con ellos.





Capítulo 1


“Cientos de años atrás la raza humana fue dividida en dos grandes grupos, la avaricia de algunos y las injusticias, trajeron consigo el enfado de los dioses, quienes los condenaron a separarse. El bien y el mal, cada cual por su lado, trayendo consigo la absoluta destrucción de La Tierra.
Todos sabemos que el mal necesita del bien para poder existir y viceversa, se necesitan mutuamente para coexistir y mantener el equilibrio en el planeta.
Aquellos clasificados como “buenos” fueron trasladados a la ciudad de las nubes, un paraíso con abundante comida, lleno de plantas y otros seres vivos, todos ellos sobre el duro y al mismo tiempo esponjoso suelo de nubes. Iluminado día y noche por los rayos del sol y la luna.
En cambio, en el otro extremo, bajo la mismísima tierra, en cavernas subterráneas, llevaron a todos los desgraciados y sus familias, gente que alguna vez cometería un crimen. Intentando sobrevivir con las escasas reservas de comida que guardaban. Condenados a esconderse de las criaturas pervesas en la superficie e incluso en las entrañas de sus profundos túneles”.

Aiwe cerró de golpe el grueso libro de tapa dura violácea con un gran suspiro. Ya había leído un montón de ejemplares como aquel, los cuales hablaban siempre de lo mismo, ella necesitaba más información. Quería, ansiaba saber más acerca de la otra parte del mundo, conocer a los residentes de aquellos lugares, pues estaba segura, no todos podían ser tan malos como los libros repetían una y otra vez.

Lo colocó en el hueco de la estantería regia y salió de la biblioteca principal con paso decidido. Llevaba más de dos meses investigando en ese almacén y hasta ahora nada le había servido… por hoy había sido suficiente, sería mejor regresar a casa.

Al salir a la calle los rayos de sol la cegaron unos segundos, lo que la hizo chocar con alguien y retroceder unos pasos cayendo de culo al suelo.

-L-lo siento, no estaba mirando por dónde iba…- levantó la vista queriendo saber quién era, pero una mirada helada la congeló al momento dejándola muda. Aquel ser era muy parecido a ella y a todos los que vivían allí. Un chico joven que asistía a su misma secundaria, de cabello azul y ojos color ámbar, un color tan cálido que transmitía una sensación gélida como nunca antes había sentido. Ella en cambio, era más bajita que la mayoría de los ciudadanos. Su melena no era cián, sino cerúlea tirando a violeta y mirada castaña.  A decir verdad, todos allí se parecían los unos a los otros, incluso en el tipo de ropa que usaban. Capas blancas y sedosas, atuendos de algodón, ágiles y frescas, todo estaba decorado con colores claros y armoniosos, edificios altos y de formas inimaginables, pero al fin y al cabo siempre era igual, una rutina irrompible.

El chico, que si mal no recordaba se llamaba Erich, alguien silencioso y distante, no era para nada social y mucho menos tenía ni necesitaba amigos. Así que, sin siquiera escuchar sus palabras, siguió su camino al interior del edificio, dejándola tirada en el suelo, sumergida en sus pensamientos. Siempre había tenido algo de curiosidad por él, alguien que no se relaciona con nadie cuando todo el mundo allí tenía amigos y se conocía.

Sin preámbulos se levantó y camino hasta llegar a casa, esa mañana estaba sola. Ordenó un poco su casa cilíndrica y tras eso subió a su cuarto con ganas, posando su mano en las paredes que parecían hechas de hielo azul, aunque no podía verse nada a través de ellas.

Al entrar a su pequeño cuarto acogedor se lanzó a bomba sobre su cama blandita y esponjosa creada con nubes de color verde, aquellas le brindaban todo el calor y el frescor necesario en cada época del año.

No reparó en nada, solo cogió el extraño objeto parecido a un telescopio y se lo llevó a la azotea para colocarlo como es debido. Acto seguido cerró un ojo y arrimó el otro para observar el horizonte, sabía que estaba allí en alguna parte. Un pequeño secreto que solo ella sabía y con el que disfrutaba todos los días: Un espejo.
No un espejo cualquiera, un objeto mitológico que había leído en otros libros y que por casualidad encontró escondido entre las nubes. Pero ¿Qué cualidades lo hacían ser especial y distinto a los demás? Muy sencillo. Era una especie de portal mágico. Cada vez que los rayos del sol o la luna lo alumbraban y Aiwe dirigía el telescopio en su dirección, podía observar mediante él la superficie de la tierra, pudiendo ampliar su visión por doquier.
Gran parte de ella seca y  destruida, sin vida ni color. Muerta. El primer día estuvo a punto de dar media vuelta para no acordarse jamás de esa monstruosa imagen, pero algo llamó su atención en el último momento. Una pequeña figura que salía de un agujero en la tierra vestida con grandes gafas negras y harapos que cubrían su huesudo cuerpo.
La capa le cubría el pelo y rodeaba toda su cara ocultando su rostro, en su mano derecha llevaba un palo afilado que usaba como arma a la hora de adentrarse en el ruinoso bosque profundo.
Tras media hora logró dar con la figura en el centro del bosque, justamente en un claro rodeado de altos árboles y decorado con troncos caídos. La figura se acercaba a una especie de ciervo de forma amenazante, estaba a punto de clavar su arma en el delicado cuerpo de la criatura que yacía en el suelo inmóvil. Sin embargo, en el último segundo se puso de rodillas tapando gran parte del cuerpo de su víctima con grandes hojas para después volver por dónde había entrado.

A partir de ese día, la curiosidad pudo con ella y cada mañana y noche se asomaba esperando ver a esa figura. La mayoría de las veces solía tener suerte, pero en otras ocasiones esperaba hasta una hora entera sin resultados.

Y ese día también tendría suerte, en diez minutos la figura se escabulló como de costumbre acercándose a la entrada del bosque. Por sorpresa la criatura con la que estuvo el primer día salió a su encuentro echándose a sus brazos y dándole pequeños lametones en la cara. A causa del peso cayeron hacia atrás riéndose. Parecían pasárselo bien y de alguna manera le gustaría estar ahí con ellos divirtiéndose en vez de vivir una y otra vez el mismo día, como si estuviera atrapada en una repetición que vivía continuamente.
Pero, de repente se sobresaltaron por alguna razón que no entendía, la pequeña figura empujó a su compañero para que se fuera de allí y corrió a las cuevas, aunque antes de que siquiera tuviera oportunidad de introducirse, otra persona más corpulenta salió de la misma y la agarró por el cuello acercándola a su rostro. Aiwe estaba convencida de que le estaba gritando algo de malas maneras y parecía muy enfadado ¿Quizás sería su padre? Sea como fuere, su querido personaje preferido de las cuevas se había metido en un buen lío y quizás no lo volvería a ver en un tiempo.

Cuando las dos personas desaparecieron, recogió el telescopio celeste y bajó a su cuarto tumbándose nuevamente en la cama. Varias preguntas rondaban por su cabeza desde hacía un tiempo. Prácticamente en todos los libros mencionaban lo despiadados que eran los de ahí abajo, egoístas, avariciosos y mezquinos. Pero ¿realmente eran todos así? Por ahora no podía identificar todas esas cualidades en su figura. Él o ella no era cruel, lo sabía, era distinto o distinta a los demás.
Y por alguna extraña razón, no los dejaban salir al exterior, o al menos ella nunca antes había visto salir a nadie de las cavernas. Únicamente a aquel personaje flacucho y escuchimizado que se dedicaba a vivir aventuras en el mundo destruido que antes compartían todos los humanos y quién sin darse cuenta, compartía todas y cada una de sus experiencias con una adolescente de dieciséis años que observaba todos sus movimientos desde el cielo.

-Aiwe, ¿estás en casa?- su madre acababa de llegar de trabajar y reclamaba su ayuda para preparar la mesa. Saltó de la cama y recogió a toda prisa el telescopio, pulsó el botón en la pared y un gran rectángulo de la misma comenzó a transparentarse enseñando tras él otros muchos objetos que guardaba cual armario. Lo metió ahí para que su madre no pensara que lo había estado usando recientemente y bajó las escaleras.

-Ya estoy aquí mamá- se acercó a ella y la abrazó dándole la bienvenida. Le encantaba como olía su madre, Yatziri, cuando volvía del trabajo. Cuidaba de una gran floristería situada en la plaza central de la ciudad y a causa de eso, adoraba su fragancia siempre a flores aromáticas.

-Vamos a comer ya ¿no? O ¿es que no tienes hambre?- abrió algo parecido a una nevera con forma ovalada y sacó un plato lleno de terroncitos de color rosa. Tenían un sabor un tanto peculiar, cuando los introducías en la boca se deshacían en segundos aportándote frescura y encima sabían a fresa. Todo un manjar en la ciudad.

Pasaron un buen rato sin decirse nada la una a la otra, Aiwe miraba el plato sumergida en sus pensamientos, ansiaba tanto poder visitar ese otro mundo tan misterioso. Quería saber más acerca de ellos, ver con sus propios ojos lo mismo que ellos veían en su día a día. Sentir distintas sensaciones y probar la comida propia de ese lugar, conocer a gente nueva y sobre todo romper de una vez por todas esa maldita rutina que tenía presa a la gente.

-Mamá, ¿no te parece todo un poco aburrido? No se si me entiendes… todos los días son iguales…- su madre se le quedó mirando fijamente pensando acerca de la pregunta que su hija le había hecho. Desde que su padre murió tres años atrás las cosas habían cambiado mucho y de alguna manera se habían introducido en esa rara rutina de la que le hablaba Aiwe, ella también se había dado cuenta de eso.

-Si… pero posiblemente sea porque no encuentras nada que te motive, podrías pasar más tiempo con tus amigas o apuntarte a algún curso de algo- ella rodó los ojos ante la típica respuesta que esperaba. Se negaba rotundamente a salir con esas “amigas” que su madre decía, no hablaban más que de tonterías y se dedicaban a maldecir frecuentemente a quienes viven en el subsuelo. Ni que decir que no se atrevía a contarle a nadie su secreto, sino, le darían de lado y tampoco le gustaba la idea.

-No… antes que eso prefiero ir a dar una vuelta por mi cuenta o leer algún libro- se llevó a la boca el último terrón rosado sin molestarse en masticarlo.

-¿Leer? Si te pasas todas las mañanas en la biblioteca- Aiwe pareció sorprendida ante la afirmación de su madre, estaba convencida de que no se había enterado de eso.

-¿C-como… lo sabes?

-Aiwe, conozco a muchas personas en esta ciudad, aunque no pueda vigilarte desde la floristería, la gente me comenta que te ve en la biblioteca. ¿Aún sigues leyendo esos libros acerca de la historia de La Tierra?- se levantó recogiendo sus platos.

-En realidad esos libros no me sirven de nada… no son más que replicas malas… - tengo que encontrar el verdadero, el que realmente cuente la historia tal y como fue.

Yatziri suspiró ante las fantasías de su hija, desde la muerte de su padre, había mostrado gran interés por los dos mundos y estaba convencida de que las cosas no eran tal y como las pintaban allí, sino que era lo que les hacían creer a todos ellos. La historia que les enseñaban a los niños pequeños y con la que aprendían a convivir.

-¿Por qué estás tan segura de eso? No habría motivo alguno para que nos engañaran a todos- acabó de limpiar los platos y se tumbó en el sofá de algodón blanco que se hundió bajo su peso.

-Yo no he dicho que nos estén mintiendo… simplemente, estoy segura de que ocultan algo y quiero averiguarlo como sea- no esperó a la respuesta que su madre podría darle. No descansaría hasta dar con lo que quería y ahora que tenían vacaciones de verano disponía de muchísimo tiempo libre.

El resto de la tarde se lo pasó encerrada en su habitación con la ventana medio abierta para que entrara el aire. Ante ella, en el escritorio de mármol lila semitransparente había una hoja de papel en el que se mostraba un boceto de su compañero o compañera, era bastante borroso pues apenas podía imaginarse bien su rostro y como llevaba esas grandes gafas siempre que salía a la superficie, le resultaba imposible identificar su sexo.
Ahora que ya era de noche y su madre seguramente dormiría, recogió el aparato de antes y lo subió colocándolo en dirección al espejo. La noche era tranquila y a pesar de hacer algo de viento, era bastante cálido, no hacía nada de frío. El momento idóneo para estar en la calle de noche, además cada vez que miraba arriba veía las estrellas, grandes y más brillantes que nunca, casi sentía que podía tocarlas.

Se situó tras el telescopio buscando el objeto que ocultaba con anhelo al resto del mundo y sobre el cual seguramente nunca revelaría su existencia. Por mucho que esperara nadie aparecía ante sus ojos, esa vez no había tenido suerte, pero al menos podía disfrutar de la brisa y de algunas nubes, que aquella noche con luna llena, se encontraban más abajo de lo normal, incluso podía tocarlas con las manos.

Esperó un par de horas más sin éxito, así que cuando se dio por vencida regresó a su cama. Se tumbó y planeó todo lo que haría la mañana siguiente. Pero no solo eso, cada vez se convencía más de que no podía seguir llamando a su figura de esa forma, sin siquiera saber si era chico o chica no podía elegir el nombre apropiado. A no ser, que eligiera uno válido para ambos géneros…
Lentamente cerró los ojos al tiempo que buscaba el apodo perfecto, pero el sueño tenía más fuerza que ella y estaba a punto de caer en los brazos de Morfeo.
Sin embargo, antes de sumergirse en un profundo sueño, sus labios pronunciaron una palabra que se desvaneció en el aire.

-Aukan…



Espero que os haya gustado y aceptaré cualquier crítica constructiva que me ayude a mejorar mi forma de escribir o lo que no haya quedado muy claro en la historia.
Besos!!!



Ariane

3 comentarios:

  1. No está nada mal, deberías continuarlo :D
    Besos de dragón ^^

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  2. Escribes geniaal!! Sigue con esta historia!
    Me encanta vuestro blog! Nos leemos ;)

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  3. ¡Increíble! Me encanta, sigue escribiendo que estoy deseando seguir leyendo. ¡Acabo de encontrar vuestro blog y me encanta!
    Se podría llamar "Quiero saber la verdad" o algo así. ¡Sigue escribiendo!

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